Karl Lagerfeld encendía su propia visión
de la modernidad. Mostró una cercanía minimalista, moderna y ciertamente
modesta.
“Es el Barroco encontrándose con Le
Corbusier”, decía Karl, explicando su inspiración en imágenes de un apartamento
diseñado por el arquitecto del modernismo, quién en su día erigió también un
espejo oval dorado en una pared de hormigón en un altísimo edificio sobre los
Campos Elíseos.
El desfile de Chanel deslumbró a base de
imaginación: por un lado veíamos un vestido con preciosos retales ardiendo en
color rojo; por otro, un vestido plateado del que cenizas grises parecían
recobrar de nuevo su vida. Esos colores ceniza estuvieron representados en
todos los tonos posibles del cemento al metalizado, incluso conlooks de
tarde que intensificaban su decoración.
odos los intrincados barroquismos de la superficie eran
contrastados con sandalias planas, atadas con lazos de satén, y un pelo salvaje
al viento peinado por Sam McKnight.
Los ejemplos más convincentes del trabajo artesanal fueron las
siluetas ovaladas, reforzadas por el modelo final de un vestido nupcial en el
que se enfundó una modelo embarazada de 7 meses.
Se centró en la exquisitez de la artesanía, sin mostrar prendas
extravagantes o bizarras. Incluso las bermudas que se veían salir de las faldas
se antojaron apropiadas.
Los últimos modelos, algo más Cenicienta, resultaron frescos, juveniles y adorables,
y ofrecieron a la audiencia un modernismo de moda que a pesar de ser del siglo
XXI también eran muy Coco Chanel.
Source: Suzy Menkes - Vogue
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